lunes, 15 de abril de 2013

Primera Parte - II



Se despierta descubierta por la manta que se puso encima la noche pasada. Recordaba, sin levantarse de la cama, los años de su infancia en aquella casa, cuando oía a los tranvías pasar de lejos o cuando pasaba calor todos los días. Sentía que había soñada cosas malas pero al final se dio cuenta que estaba en Barcelona, otra vez, y eso ya le daba razones para alegrarse.

Abrió los ojos e imaginó a sus abuelos levantados enfrente de ella. La abuela, no parecía la de la noche anterior, tenía la cara ovalada y un sombrero particular (del siglo pasado). El abuelo (que aún no se había mencionado pero que en realidad había muerto hacía tres años), al lado de su mujer, en la sombra (ya que estaba muerto), de ojos azules y con barba castaña.

Luego, empezó a pensar por qué sus abuelos se establecieron allí hacía cincuenta años. Ellos se querían mucho y buscaban un lugar tranquilo, un refugio en las afueras, justo lo contrario a lo que fue Andrea en ese momento a visitarlos. Poco después, la ciudad empezó a crecer y a llenarse de edificios, ellos continuaron allí.

Andrea recordaba su infancia, el bullicio que caracterizaba en aquellos momentos a la activa ciudad. Esto a ella le encandilaba. También cuando sus tíos le compraban golosinas y ella era el centro de la casa.

Volvió a la realidad, no se atrevía a levantarse de la cama porque creía que las personas que vivían ahí dentro habían cambiado. La habitación en la que durmió se volvió más tranquila aunque seguía teniendo su aspecto espantoso. Vio en el sillón donde se había subido para ver las estrellas la noche anterior, a un gato, de carácter excéntrico y raro, que era también de la familia. Abrió la puerta de la habitación, que conectaba con el recibidor, y éste con el comedor y su balcón. En el comedor solo había un loro que decía palabrotas en el momento menos oportuno. Había muy poca comida y ella tenía hambre.

Angustias se enteró que la joven se había levantado y le llamó para que acudiese a su habitación. Andrea observó su habitación desde fuera, estaba muy limpia en comparación a la casa. Angustias le pidió que se sentara a su lado para hablar un momento. La vieja mujer no parecía la de noche anterior, parecía más hinchada. Empezó a hablar y le avisó que Barcelona era un infierno, una joven no podía ir tranquilamente por la ciudad y que ella le educaría y la vigilaría para que anduviese con cuidado. Además, en la casa no se vivía muy buen ambiente cada día, siempre había una pelea, casi relacionada con Gloria que no era muy querida en la casa. Le preguntó que para qué había llegado a Barcelona, y Andrea le respondió que era para estudiar Letras. Angustias sabía que tenía una ayuda económica por orfandad (de aquí creemos que su madre y/o su padre estén muertos). A Andrea no le gustaba la personalidad de su tía, autoritaria y antipática.

La joven salió de la habitación y encontró en el comedor a Gloria, dando de comer a 7. un niño pequeño. En el otro lado de la mesa, estaba otro tío, de pelo rizado y cara agradable, engrasando su pistola. Se llamaba 8. Román. Al lado de él estaba el perro negro que vio Andrea la noche anterior, era Trueno, propiedad de Román, era un perro muy sociable. Román sacó al loro de la jaula para enseñárselo a Andrea; de las malas palabras que el animalejo decía, él se reía. Mientras los hablaban, Gloria los miraba. Este hecho, enfadó a Román que empezó a insultarla y menospreciarla. Juan escuchó la discusión y salió al comedor para defender a su pareja. Empezó una discusión entre los dos tíos, con muchas provocaciones, incluso se querían matar: Román hasta le ofreció la pistola. Gloria empezó a chillar porque el loro se le había subido a la cabeza. Juan la observó solo un segundo porque estaba enfrentado con su hermano Román. Al final, Juan insultó a su mujer, a Gloria, porque no callaba. Le tiró el plato de papilla (aunque no le dio) que le estaba dando a su hijo pequeño. La abuela y Angustias entraron en el comedor en ese momento de la discusión. Juan se calmó. Después, la criada Antonia puso la mesa para el desayuno, prestando siempre atención en lo que hacía la joven Andrea. Volvió la calma.

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