Andrea se dio cuenta, mirándose en
el espejo de la habitación, que no era la misma que la que llegó a Barcelona,
ella había cambiado y se sentía diferente. Aquel día, el cual se despertó sin
fuerzas y con dolor de cabeza, fue el día posterior a la fiesta de Pons. (Ahora
empieza a explicar lo que ocurrió).
Antes de la fiesta quería fugarse
de aquel lugar, emprendiendo una nueva vida. Estaba emocionada porque sería
alabada, una cosa que había soñado desde pequeña, que se convertiría en
princesa.
El piano de Román (el de su cuarto)
la despertó completamente. Su tío llevaba cinco días sin salir de su cuarto, Gloria
le dijo a Andrea que era por culpa de Ena, a la que había visto el día de la
víspera de San Juan bajando las escaleras del edificio. Hasta que por la tarde
entró a la casa familiar. Se sorprendió porque algunos muebles no estaban, se
habían vendido. Por la tarde, Román se puso a tocar el piano del salón y vio a
Andrea como se iba de casa, muy ilusionada. Ella, muy bien vestida, salió a la
calle dirección a la fiesta.
Pons vivía en la calle Muntaner, en
una casa. Entró, estaba confusa. Saludó a la madre de Pons, muy alta y
sonriente. Había mucha gente, todos adinerados y de la alta sociedad. Los
jóvenes reían y comían. Andrea no se había imaginado todo eso así, así que tuvo
ganas de llorar de rabia. No se separaba nunca de Pons. La muchacha no sabía lo
que hacer, se sintió ridícula. Oyó a Iturdiaga por la sala, pero no se acercó a
saludarle. Después de un rato, Pons se acercó a la chica gracias a su madre que
se lo pidió. Él llevaba rato paseándose por la sala sin concentrarse en Andrea.
Empezaron a hablar: Andrea se quería ir de allí porque no le gustaba la gente
que le rodeaba. Pons no sabía cómo impedirlo. En el recibidor hablaron otra vez
y Pons le explicó que había estado con 22. Nuria, una de sus primas,
seductora y con sonrisa de actriz de cine, la cual le había elaborado una
declaración de amor. Al final, Andrea se fue. A partir de ese momento, solo se
verían en la Universidad.
Bajaba por la Diagonal, en plena
soledad. Su propia personalidad la tenía atrapada y no le dejaba disfrutar de
la vida. Se puso a llorar en un banco, entre la gente, como un elemento más de
la calle. No quiso recordar más ese día.
Llegaba a su casa y se encontró a
la madre de Ena que salía de su casa. La madre de Ena, que llevaba tiempo
esperando a la chica, la invitó a tomar un helado y hablar.
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