Andrea salió de la casa de Ena,
aturdida por la fiesta que había en la casa de su amiga. Todos estaban fumando
y tomando golosinas y a la vez echándose unas risas, hasta la madre de Ena se
puso a cantar. Esto al final no le agradó a la joven Andrea y fugó de aquella
casa.
Estaban todas las casas cerradas y
no había nadie por la calle (la Vía Layetana). El cielo estaba estrellado.
Pensó en ir a ver la Catedral. Cuando le faltaba poco para llegar, pasó un
hombre que tosía bastante, con barba canosa. Andrea pasó un momento de terror y
le empezó a latir el corazón. El hombre pasó de largo, y por impulso, Andrea
corrió tras él para darle dos pesetas, que el hombre aceptó pero que no
agradeció.
La muchacha quedó maravillada por
la Catedral de Barcelona. Le gustaba mucho su armonía y sus formas. Al rato,
dejó de mirarla para irse a su casa. Cuando dio la vuelta, se dio cuenta que no
estaba sola en aquella plaza. Era 13. Gerardo, al cual ella había
conocido aquella noche, pero que no le gustaba ya que era muy necio y feo.
Gerardo se sorprendió al ver a la
chica sola en aquella plaza y le invitó a acompañarla a su casa. Andrea al
final aceptó aunque en principio quería volver sola a casa. Además, Gerardo
añadió que todas las casas que se veían cerca de la Catedral desaparecerían
para hacer una plaza más grande.
Pasaron por las Ramblas, y después
por la calle de Pelayo hasta la Plaza de la Universidad, donde se despidieron.
Gerardo deseaba ser amigo de la chica y le dio una tarjeta para que le llamase
por teléfono algún día para quedar.
Andrea llegó a casa. Ya tenía
instalado todas las cosas en el cuarto de Angustias. Vio que Gloria hizo la
siesta en aquella cama; le vino esa sensación que la libertad y la
independencia con la que había imaginado antes se había desplomado. Además,
ella recordó el día (el mismo día que se marchó Angustias) en que hizo un pacto
con su tío Juan: ella sólo pagaría el pan diario, aunque ella también dijo que
no le hubiese importado pagar por la habitación.
Por aquellos días, Ena le invitó a
comer con toda su familia. Andrea decidió gastarse una parte de su paga de
febrero (la paga por orfandad) para unas flores (muy caras) que serían
regaladas a la madre de Ena. Además, se compró una blusa nueva y se perfumó
bien para ir bien preparada.
Andrea se acordó de aquella cena.
Le marearon la cantidad de pelos rubios que se encontraba en aquella casa. Ena
tenía cinco hermanos (uno de ellos, el más pequeño, se llamaba Ramón
Berenguer), todos rubios. Eran afables, risueños y vulgares. El padre, 14.
Luis, tenía el mismo carácter que sus hijos, tenía los ojos verdes como
Ena, y era sencillo y abierto; siempre era el que llevaba el ritmo de la
conversación en aquella casa, contaba mil y una historias y anécdotas sobre sus
viajes por Europa. La madre, 15. Margarita, era más reservada, no era
tan bella como el resto de la familia pero que tenía algunos toques de belleza
como el cabello, los ojos dorados y la voz. Su mirada, llena de angustia y
temor, preocupaba a Andrea.
Aquella vez hubo una conversación
entre los habitantes de la casa. En ella se habló que el padre de Margarita, un
rico comercial, quería llevarse a la familia a Madrid (Andrea ya supo que
aquella familia vivía del comercio, era una familia muy bien asentada). A Ena
no le gustó que se fuesen porque ella estaba enamorada de algún chico de
Barcelona, cosa que Andrea ya sabía.
Cuando volvió Andrea a casa, empezó
a pensar en toda aquella conversación y llegó a darse cuenta que si se fuese
Ena, ella se quedaría sola, sin su amiga íntima en aquella ciudad, por culpa
del abuelo de la amiga. Al final, antes de dormirse, la joven recordó la
maravillosidad con la que se quedó cuando fue a la Catedral, y mientras soñaba
le vinieron pesadillas que provenían de aquella mirada de Margarita, la madre
de Ena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario