lunes, 15 de abril de 2013

Segunda Parte - X



Andrea salió de la casa de Ena, aturdida por la fiesta que había en la casa de su amiga. Todos estaban fumando y tomando golosinas y a la vez echándose unas risas, hasta la madre de Ena se puso a cantar. Esto al final no le agradó a la joven Andrea y fugó de aquella casa.

Estaban todas las casas cerradas y no había nadie por la calle (la Vía Layetana). El cielo estaba estrellado. Pensó en ir a ver la Catedral. Cuando le faltaba poco para llegar, pasó un hombre que tosía bastante, con barba canosa. Andrea pasó un momento de terror y le empezó a latir el corazón. El hombre pasó de largo, y por impulso, Andrea corrió tras él para darle dos pesetas, que el hombre aceptó pero que no agradeció.

La muchacha quedó maravillada por la Catedral de Barcelona. Le gustaba mucho su armonía y sus formas. Al rato, dejó de mirarla para irse a su casa. Cuando dio la vuelta, se dio cuenta que no estaba sola en aquella plaza. Era 13. Gerardo, al cual ella había conocido aquella noche, pero que no le gustaba ya que era muy necio y feo.

Gerardo se sorprendió al ver a la chica sola en aquella plaza y le invitó a acompañarla a su casa. Andrea al final aceptó aunque en principio quería volver sola a casa. Además, Gerardo añadió que todas las casas que se veían cerca de la Catedral desaparecerían para hacer una plaza más grande.

Pasaron por las Ramblas, y después por la calle de Pelayo hasta la Plaza de la Universidad, donde se despidieron. Gerardo deseaba ser amigo de la chica y le dio una tarjeta para que le llamase por teléfono algún día para quedar.

Andrea llegó a casa. Ya tenía instalado todas las cosas en el cuarto de Angustias. Vio que Gloria hizo la siesta en aquella cama; le vino esa sensación que la libertad y la independencia con la que había imaginado antes se había desplomado. Además, ella recordó el día (el mismo día que se marchó Angustias) en que hizo un pacto con su tío Juan: ella sólo pagaría el pan diario, aunque ella también dijo que no le hubiese importado pagar por la habitación.

Por aquellos días, Ena le invitó a comer con toda su familia. Andrea decidió gastarse una parte de su paga de febrero (la paga por orfandad) para unas flores (muy caras) que serían regaladas a la madre de Ena. Además, se compró una blusa nueva y se perfumó bien para ir bien preparada.

Andrea se acordó de aquella cena. Le marearon la cantidad de pelos rubios que se encontraba en aquella casa. Ena tenía cinco hermanos (uno de ellos, el más pequeño, se llamaba Ramón Berenguer), todos rubios. Eran afables, risueños y vulgares. El padre, 14. Luis, tenía el mismo carácter que sus hijos, tenía los ojos verdes como Ena, y era sencillo y abierto; siempre era el que llevaba el ritmo de la conversación en aquella casa, contaba mil y una historias y anécdotas sobre sus viajes por Europa. La madre, 15. Margarita, era más reservada, no era tan bella como el resto de la familia pero que tenía algunos toques de belleza como el cabello, los ojos dorados y la voz. Su mirada, llena de angustia y temor, preocupaba a Andrea.

Aquella vez hubo una conversación entre los habitantes de la casa. En ella se habló que el padre de Margarita, un rico comercial, quería llevarse a la familia a Madrid (Andrea ya supo que aquella familia vivía del comercio, era una familia muy bien asentada). A Ena no le gustó que se fuesen porque ella estaba enamorada de algún chico de Barcelona, cosa que Andrea ya sabía.

Cuando volvió Andrea a casa, empezó a pensar en toda aquella conversación y llegó a darse cuenta que si se fuese Ena, ella se quedaría sola, sin su amiga íntima en aquella ciudad, por culpa del abuelo de la amiga. Al final, antes de dormirse, la joven recordó la maravillosidad con la que se quedó cuando fue a la Catedral, y mientras soñaba le vinieron pesadillas que provenían de aquella mirada de Margarita, la madre de Ena.

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