lunes, 15 de abril de 2013

Tercera Parte - XXIV



Septiembre. Andrea aun no se creía la muerte de Román. Los días eran angustiosos y aburridos para Andrea. Recordaba cómo Román tocaba el violín, recordaba su magnífica música, dentro de su habitación, sentada el suele, mirando la habitación mediante el espejo.

Un día, decidió subir a la buhardilla (es lo mismo que guardilla) para ver cómo había quedado la habitación de Román. No quedaba nada: ni el violín, ni el colchón, ni los cuadros… En este momento, Andrea ya se creyó que Román estaba muerto.

Por aquellos días tenía pesadillas: se imaginaba el cuerpo muerto de Román, se imaginaba sus manos delgadas y muertas, las mismas que antes tocaban el violín y el piano. Andrea, para quitarse las pesadillas de encima, salía a la calle (salió varias veces). Corría y no sabía por qué, se dejaba llevar por los instintos. Llegaba a la plaza de la Catedral y allí le venía un deseo terrible de morirse. Al cabo de un rato, volvía a su casa. Estaba medio loca.

En casa, las cosas no habían cambiado mucho. Gloria seguía sufriendo las palizas de Juan, que seguía muy afectado por la muerte de su hermano. La abuela no parecía tan triste como Juan.

Un día, Gloria vendió el piano de Román. Con el dinero que ganó se permitió el lujo de cocinar carne. La cocinera era ella misma ya que Antonia ya no estaba. En un instante, Juan entró en la cocina y empezó a dar patadas al cuerpo de Gloria porque había vendido el piano de su hermano. Al día siguiente, Gloria y Andrea hablaron en la habitación la protagonista (Andrea). Gloria sentenciaba que Juan estaba loco y que necesitaba ir a un manicomio. Gloria, seguía teniendo miedo de Juan (pensaba que algún día la mataría) y afirmaba que no se merecía el trato que estaba recibiendo de su marido. Pensaba en huir pero no podía porque su marido le acabaría atrapando para luego matarla. Incluso, ella contaba que su marido no le dejaba dormir porque no quería ver dormir a su mujer, mientras su hermano estaba en la tumba, sufriendo dolor. También le dijo a Andrea en esa conversación que Juan lloraba y que ella lo consolaba. Después de terminar su discurso, Gloria le enseñó su cicatriz de la espalda a Andrea.

La conversación entre las dos la escuchó completamente la abuelita. La viejecita defendió a su hijo Juan, el cual no tenía que ir al manicomio porque era él quien cuidaba a su hijo pequeño y también concluyó que las mujeres de esa casa (Gloria, Andrea y ella misma) necesitaban ir antes al manicomio que Juan, porque ellas estaban más locas que él. Cuando terminó de hablar, la abuela dejó caer una carta al suelo. Andrea la cogió y vio que era de Ena, le hablaba desde Madrid. En ese momento, a Andrea le cambió la vida.

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