Septiembre. Andrea aun no se creía
la muerte de Román. Los días eran angustiosos y aburridos para Andrea.
Recordaba cómo Román tocaba el violín, recordaba su magnífica música, dentro de
su habitación, sentada el suele, mirando la habitación mediante el espejo.
Un día, decidió subir a la
buhardilla (es lo mismo que guardilla) para ver cómo había quedado la
habitación de Román. No quedaba nada: ni el violín, ni el colchón, ni los
cuadros… En este momento, Andrea ya se creyó que Román estaba muerto.
Por aquellos días tenía pesadillas:
se imaginaba el cuerpo muerto de Román, se imaginaba sus manos delgadas y
muertas, las mismas que antes tocaban el violín y el piano. Andrea, para
quitarse las pesadillas de encima, salía a la calle (salió varias veces).
Corría y no sabía por qué, se dejaba llevar por los instintos. Llegaba a la
plaza de la Catedral y allí le venía un deseo terrible de morirse. Al cabo de
un rato, volvía a su casa. Estaba medio loca.
En casa, las cosas no habían
cambiado mucho. Gloria seguía sufriendo las palizas de Juan, que seguía muy
afectado por la muerte de su hermano. La abuela no parecía tan triste como
Juan.
Un día, Gloria vendió el piano de
Román. Con el dinero que ganó se permitió el lujo de cocinar carne. La cocinera
era ella misma ya que Antonia ya no estaba. En un instante, Juan entró en la
cocina y empezó a dar patadas al cuerpo de Gloria porque había vendido el piano
de su hermano. Al día siguiente, Gloria y Andrea hablaron en la habitación la
protagonista (Andrea). Gloria sentenciaba que Juan estaba loco y que necesitaba
ir a un manicomio. Gloria, seguía teniendo miedo de Juan (pensaba que algún día
la mataría) y afirmaba que no se merecía el trato que estaba recibiendo de su
marido. Pensaba en huir pero no podía porque su marido le acabaría atrapando
para luego matarla. Incluso, ella contaba que su marido no le dejaba dormir
porque no quería ver dormir a su mujer, mientras su hermano estaba en la tumba,
sufriendo dolor. También le dijo a Andrea en esa conversación que Juan lloraba
y que ella lo consolaba. Después de terminar su discurso, Gloria le enseñó su
cicatriz de la espalda a Andrea.
La conversación entre las dos la
escuchó completamente la abuelita. La viejecita defendió a su hijo Juan, el
cual no tenía que ir al manicomio porque era él quien cuidaba a su hijo pequeño
y también concluyó que las mujeres de esa casa (Gloria, Andrea y ella misma)
necesitaban ir antes al manicomio que Juan, porque ellas estaban más locas que
él. Cuando terminó de hablar, la abuela dejó caer una carta al suelo. Andrea la
cogió y vio que era de Ena, le hablaba desde Madrid. En ese momento, a Andrea
le cambió la vida.
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